Los problemas de las Comunidades de la ribera del Río Mamoré, en la Selva Boliviana
Estamos a mediados de marzo y ya está acabando la época de lluvias en la selva boliviana. El calor y la humedad son muy fuertes en la ciudad de Trinidad, capital del Departamento del Beni, pero ya ha pasado lo peor. Las fuertes lluvias que arrasan cada año la región han inundado Comunidades enteras, las personas más afectadas son las que viven en las riberas de los ríos. Han perdido sus plantaciones de yuca y arroz, así como las aves que crían para alimento, como el pato y la gallina; y, aunque las lluvias han acabado, ahora llegan las enfermedades y la escasez.
La fuerza de la naturaleza y el abandono por parte del Estado hace que la mayor parte de las personas que viven en la región no tengan acceso a los servicios básicos, como la comida, el agua limpia para poder beber, atención sanitaria, acceso a un baño preparado para evitar infecciones y contagios… Pero como nos cuenta Ros Mari, Directora del Centro que tiene Cáritas para organizar la ayuda colectiva que se pone en marcha cada año: “Este pueblo está aprendiendo a ser solidario”.
Con la ayuda de las trabajadoras del Centro de Salud y de Cáritas, la Alcaldía y diferentes agrupaciones comunales, las personas de la ciudad y de las Comunidades más cercanas se organizan para que todas las personas tengan víveres, ropa, medicamentos y la atención que necesitan. Se ha organizado una recogida de ropa y alimentos que la Alcaldía hace llegar en transporte fluvial a las diferentes Comunidades situadas en la ribera del río. También se han organizado algunas doctoras y enfermeras para hacer visitas con campañas para la detección y prevención de enfermedades. Además, los habitantes de Trinidad se unen para reconstruir las bombas y fosas que sirven para evitar la inundación de la ciudad cuando llegan las lluvias. Parece que los servicios estatales no llegan a la mayoría de las Comunidades rurales pero las personas se unen para la supervivencia de cada miembro de la Comunidad.
A una hora de Puerto Varador, navegando por el río Mamoré, llegamos a Mangalito del Río, una Comunidad en la que hay apenas 8 casas construidas sobre bases de cemento elevadas para que el agua del río no pueda entrar. Las casas son humildes construcciones de ladrillo; dentro no da para construir más de un espacio, por lo que toda la familia duerme, cocina y vive en la misma habitación. Su única forma de transporte cuando el río está crecido son las canoas; el jefe de la Comunidad tiene una balsa a motor, que es la que pone a disposición de la Alcaldía para hacer llegar la ropa y los alimentos que han sido donados por otras personas de la ciudad, pero el resto de familias no tienen la posibilidad de viajar a la ciudad siempre que quieran.
Cuando llegamos con la barcaza, un grupo de mujeres de diferentes edades, niños y niñas salen de las casas y reman en sus canoas hasta llegar a donde estamos nosotros. Nos reunimos todos dentro de la balsa grande, rodeando todas las bolsas que van a ser entregadas. Los alimentos y la ropa se entregan a través de una lista en la que están anotados los nombres de las familias que viven allí. Pero a pesar de que en la Comunidad ahora sólo hay mujeres, los nombres que aparecen en la lista son todos de hombre. Las mujeres y los niños no aparecen en las listas de personas que necesitan recibir ayuda, sólo los hombres en nombre de la familia.
Nos cuentan las mujeres de Mangalito del Río que los hombres hace ya dos semanas que salieron de la Comunidad; se fueron a otra parte del río para poder pescar. Tras la época de lluvias, el caudal del río crece y los peces se van a la pampa. Como el agua ha inundado sus plantaciones y han perdido a sus animales, una de las pocas opciones que tienen para alimentarse es ir a pescar a las zonas donde han ido los peces. Pero hasta que los hombres regresen con el pescado, las mujeres y los niños y niñas sobreviven, en parte, gracias a los alimentos que les dona la gente de la ciudad. Pero ¿qué sucede cuando en una familia no hay un padre? Ellas afirman que cuando una mujer pierde a su marido, por muerte o abandono, ha de poner el nombre de su hermano o de su padre para poder recibir las ayudas.
Otra de las Comunidades que se encuentran en esta situación, es la Comunidad de Los Puentes. Acudimos allí con un pequeño equipo médico formado por una ginecóloga, un médico de cabecera y tres enfermeras para llevar a cabo la campaña del Papanicolau, un examen que se realiza en las mujeres para detectar el cáncer de cuello de útero. Pero además de la prueba del Papanicolau, el equipo aprovecha para atender todas las demandas sanitarias de las personas que viven en esta pequeña Comunidad muy cercana al río. Con una consulta improvisada en las aulas de una pequeña escuela, el equipo médico va atendiendo poco a poco a todas las personas que se acercan a pedir ayuda. El reparto de medicamentos es también una parte importante de esta visita, ya que de otra forma muchas personas que necesitan tratamientos específicos no podrían conseguir sus medicinas.
La situación de las Comunidades hace que muchas familias se vean obligadas a dejar sus casas para emigrar a las afueras de las ciudades. A veces emigran porque lo han perdido todo y la ciudad les da otras posibilidades de trabajo y subsistencia. Esto da lugar a la creación de barrios periféricos improvisados que carecen de infraestructuras, alcantarillado, caminos transitables, etc. A estos barrios también se hacen llegar las ayudas, y son los habitantes muchas veces los encargados de construir barreras contra el agua que amenaza con inundar la ciudad.
Solidaridad vecinal, pero patriarcal
Las listas de ayudas con el nombre del varón para representar a toda la familia es tan sólo otro ejemplo más del machismo que rige la vida social y familiar. Las mujeres son las que más sufren las dificultades y la situación de vulnerabilidad. No sólo necesitan de un hombre para poder tener acceso a las ayudas que reparte la Alcaldía, sino que, por otro lado, son ellas las que, en su mayoría, llevan a cabo este tipo de campañas de ayuda a los vecinos. Son las que atienden en los centros de salud, las que reconstruyen las casas y atienen a los hijos y personas dependientes cuando los hombres se ausentan por semanas, y eso si es que hay un hombre que vaya a llevarles alimento, porque muchas familias carecen de la figura del padre. El abandono por parte del padre y marido es muy habitual en muchas familias. En la ciudad las mujeres son las que llenan plazas y mercados para vender lo poco que puedan cosechar o los productos que ellas mismas cocinan y, de esta manera, llevar el sustento a su hogar.
En palabras de Ros Mari: “La mujer todavía no ha alcanzado un sitio donde ella pueda realmente sentir que tiene todos sus derechos; y más aún las mujeres del campo, la mujer indígena (…) El machismo es terrible acá. La mujer tiene que hacerse cargo de todo: la mujer es ama de casa, la mujer atiende a los niños, la mujer tiene que lidiar con los estudios de los niños si van a la escuela, la mujer tiene que lidiar con la Comunidad entre medias porque ella tiene también que ser parte de la Comunidad, formar parte en la Comunidad en el sentido en el que ellas son muchas veces las promotoras de salud, ellas son las que tienen que ver con los ancianos… Es un trabajo bastante grande el que tiene que hacer la mujer en las Comunidades, pero no es reconocido”.

