La lucha de las artesanas alpaqueras de Puno

Visita a la Asociación de Mujeres Tejedoras de Fibra de Alpaca de Lagunillas (Puno, Perú)

A más de 4400 metros de altura sobre el nivel del mar no hay chacra; así es como le dicen a las tierras de cultivo en Sudamérica: chacra. La falta de oxígeno, el frío y el viento sólo permiten la vida a algunas especies animales: la alpaca, la llama y la vicuña. Incluso los humanos que no estamos acostumbrados a esta altitud tenemos problemas para respirar en estas tierras del sureste peruano. Sólo unas pocas personas valientes viven aquí, y digo valientes porque no hay otra forma de definir la lucha y el trabajo por defender la dignidad de vivir a su manera, sin sentir lo artificial como necesario, agradeciendo lo que da la tierra y transformándolo con las manos para el bien de la familia y el equilibrio de la vida.

En Lagunillas, una pequeña Comunidad de unos 200 habitantes, situada en la región de Lampa, en el departamento de Puno, un grupo de mujeres se ha asociado para luchar por preservar su modo de vida y dar valor a su trabajo. Tratan de esta manera de unir sus fuerzas contra el imparable movimiento de un mercado que se olvida de lo humano y pone las cifras por delante del trabajo digno. En Lagunillas no hay chacra, no hay fábricas ni infraestructura para el turismo, su forma de vida es la crianza de la alpaca y la elaboración de artesanías con su fibra.

Las artesanías de fibra de alpaca son muy cotizadas entre los millones de turistas que acuden cada año a Perú y que quedan encantados con esas artesanías de vivos colores que venden las cholitas en las calles y los mercados. A cambio de unos pocos euros pueden volver a sus países con prendas de fibra de alpaca de la mejor calidad, pero pocos saben del valor real y del trabajo que hay detrás de cada prenda; y estoy segura de que a prácticamente ninguno le interesaría conocer el verdadero origen del ‘souvenir’ que están comprando.

Nely es la presidenta de la Asociación de Mujeres Tejedoras de Fibra de Alpaca de la Comunidad Lagunillas. Tras intercambiar algunos emails con ellas y mostrarles nuestro interés por conocer su asociación y el proyecto que han presentado, nos invitan a pasar un par de días allí y conocer su Comunidad, su casa y los campos en los que viven y cuidan de sus alpacas. Quedamos con ella y con Felipina en Juliaca, una ciudad cercana a la Comunidad. Ellas se han ofrecido a llevarnos hasta su Comunidad, en el distrito de Santa Lucía, para hacernos testigo de su forma de vida y del proceso de elaboración para la creación de las prendas que venden.

Tras pasar la noche en Juliaca, a la mañana siguiente nos ponemos rumbo a Lagunillas. No es fácil tomar la combi que nos ha de llevar hasta allí, y eso que le seguimos el paso a Felipina, sin cuya energía e increíble capacidad de negociación no habríamos logrado siquiera llegar a las afueras de la ciudad. A medida que nos acercamos a la región, vamos notando la falta de oxígeno y la dificultad para respirar. A una altura de más de 4400 metros sobre el nivel del mar tienes la sensación de que debes controlar cada movimiento que haces con tu cuerpo, porque un esfuerzo físico extra te puede dejar sin aire. Las hojas de coca se convierten, una vez más, en nuestras más preciadas aliadas. El frío y el viento son cada vez más fuertes, sin embargo, es al sol al que más respeto se le ha de tener; es tan fuerte a esta altura que pasar media hora con la cabeza expuesta a sus rayos puede provocar una noche entera de intensa fiebre.

En el altiplano andino no crecen los árboles, a penas hay vegetación. En algunas zonas de Bolivia pudimos ver cultivos de quinua, pero en esta región ni siquiera se pueden dar este tipo de cultivos. El paisaje que se contempla desde el mirador de Lagunillas en un ensanchamiento del arcén de la carretera, donde la Asociación tiene un pequeño puesto para vender sus artesanías, es difícil de describir con palabras que le hagan justicia. Las lagunas de agua helada y la gama de amarillos, marrones y verdes que bañan los cerros hacen que sea obligada la parada en el camino que pasa por aquí.

La Asociación vende en este mirador chompas (chaquetas de punto), chalinas (bufandas, chales), guantes, zapatillas, gorros, jerséis… Todo hecho a mano con fibra de alpaca por las mujeres que viven en esta región.

Aquí conocemos a Don Diego (desde el primer saludo nos acostumbramos a poner el Don delante de su nombre y ahora no soy capaz de escribirlo sin él), el único hombre que forma parte de la Asociación y uno de los pocos de la Comunidad que tiene una furgoneta para poder recorrer los largos caminos que separan una parcela de otra. Don Diego nos cuenta que en la Comunidad cada parcela, con su cabaña, está separada de la del vecino más próximo por una distancia de varios kilómetros. Esta vez es una excepción debido a nuestra visita, pero normalmente las vecinas sólo se ven una vez al mes, durante la reunión de la Comunidad.

Nos montamos en la parte trasera de la furgoneta de Don Diego, junto con Felipina y Nely y, a medida que vamos adentrándonos en el territorio de la Comunidad, vamos pasando por grandes extensiones de terreno con pequeñas cabañas en las que viven estas mujeres, y poco a poco el grupo se va haciendo más grande. A nuestra “expedición” se van sumando otras mujeres, miembros también de la Asociación, que nos muestran sus pequeñas cabañas de piedra, y nos hablan de su trabajo criando y pastoreando las alpacas, sacando la fibra y tejiendo las prendas.

Laura y yo vivimos con ellas verdaderos momentos de sororidad y compañerismo. El traqueteo de la furgoneta y ver cómo algunas salíamos despedidas en los baches de una esquina a otra de la parte trasera era un auténtico motivo para reírnos juntas y buscar la complicidad en la sonrisa de la otra. Sólo pasamos dos días en Lagunillas pero fueron suficientes para sentir el abrazo y la calidez de quienes tienen el poder de la hermandad y humildad en la sangre.

El trabajo de las alpaqueras

La vida de estas mujeres es dura. Cada día deben salir a pastorear sus rebaños, soportando las condiciones climáticas, sin dejar de lado su trabajo con las artesanías. El proceso desde la extracción de la lana hasta que la prenda está terminada es muy largo, puede durar de media un mes. Al cuidado de los rebaños se suma el trabajo de esquilar las alpacas para sacar la fibra de alpaca, luego deben categorizarla y clasificarla, después deben sacar el ‘baby’ de alpaca, que es la más fina de las fibras de alpaca, una vez obtenido el ‘baby’ comienzan a tejer a mano la prenda.

Estas mujeres viven en el campo, en sus pequeñas cabañas de piedra, cabañas en las que muchas veces debes entrar agachada y sentarte en un pequeño taburete. A penas hay electricidad en muchas de ellas y, por supuesto, no tienen las comodidades a las que en cualquier ciudad estaríamos habituadas, como la calefacción o las cocinas eléctricas.

“Cada una de las hermanas tiene su cabaña y ellas realmente viven con la alpaca, conviven con la alpaca, ellas saben la realidad del campo. En el campo muchas veces se sufre también”, dice Felipina.

María y Olga nos cuentan que se levantan cada día entre las 5 y las 6 de la mañana, cuando todavía es de noche. Sacan las alpacas a pastar y se sientan a cuidar de ellas mientras tejen. Jamás dejan de tejer. Tejen todo el día, toda la semana. Quizá paran a medio día para comer algo de canchita o un pequeño almuerzo, pero no es hasta las 5 de la tarde que regresan a su hogar, tras haber encerrado de vuelta a los rebaños, y cocinan algo para ellas y sus maridos. Sólo las que tienen hijos pequeños viven con ellos en casa. Cuando los hijos crecen y ya tienen la edad de estudiar deben trasladarse a la ciudad para poder ir al colegio, por eso algunas de ellas viven entre la ciudad y el campo mientras sus hijos las necesitan.

Conocimos a pocos hombres, sólo a Don Diego y al marido de Olga. Ellos trabajan en el campo con sus mujeres, pero los demás tienen otras ocupaciones y son ellas las que cuidan los rebaños.

Las olvidadas del Estado

Don Diego afirma que el Estado deja a las Comunidades rurales cuyos miembros se dedican a la ganadería a su suerte. No reciben ningún tipo de ayuda ni de subsidio y el valor de su trabajo queda en manos del mercado.

Estas políticas neoliberales son las que hacen que no exista un mercado justo y que tengan que vender sus prendas a través de intermediarios que nos les pagan el valor real de las artesanías.

Es por ello por lo que en Lagunillas han decidido asociarse y trabajar de manera cooperativa, repartiendo el trabajo y los beneficios que obtienen con él. No compiten entre ellas como se espera en un “mercado libre”, sino que cooperan, se ayudan, se apoyan y basan su trabajo en la solidaridad y la idea de que todas deben conseguir dar una vida digna a sus familias.

Han presentado un proyecto en la parroquia de Santa Lucía, el distrito al que pertenecen. Este proyecto contiene una serie de propuestas y de necesidades que poco a poco deben ir salvando para poder alcanzar su propósito: vender sus prendas de productor a consumidor, sin pasar por intermediarios y alcanzar un comercio justo.

Nos cuentan que las principales necesidades de la asociación son, por un lado, la compra de 6 reproductores machos de buena calidad, para poder criar alpacas que tengan la mejor fibra. Así como material para construir alambradas que les permitan encerrar a las alpacas para que no pasten de manera libre y puedan conservar el pasto en mejores condiciones, además de poder separarlas en época de cría.

Y, por otro lado, la obtención de una máquina abridora y otra hiladora, que les permitan obtener una fibra 100 por 100 limpia.

El objetivo principal de las trabajadoras de la fibra de alpaca es poner en valor su trabajo y sus productos para poder dar una vida digna a sus hijos e hijas. No quieren trabajar a través de intermediarios, sino que quieren vender directamente de productor a consumidor.  Quieren poder participar en un mercado justo, que dé el valor que merecen su trabajo y las prendas que elaboran. Y es nuestra obligación como consumidores conocer el valor real de los productos artesanales y comprar directamente a las artesanas y no a las grandes cadenas de la industria textil, porque cuando compras artesanía ayudas en la creación de un comercio justo y apoyas a aquellas personas que luchan cada día por tener una vida digna allá donde sea que el viendo golpea las rocas de su chocita.